La charla trivial y las malas compañías.
Otro de los obstáculos para aprender el arte del ser es entregarse a la charla trivial y a las mala compañías.
¿Qué es trivial? Viene del latín tri-via (cruce de tres caminos) y suele denotar “tópico”, vulgar, mediocre e insignificante. Podríamos definir, pues, “trivial” como la postura que se interesa sólo por la superficie de las cosas, no por sus causas ni interioridades; la postura que no distingue entre los esencial y lo inesencial, o que tiende a confundir ambas cualidades. Podemos decir que la trivialidad se deriva del vacío, la indiferencia y la rutina, o de cualquier cosa que no esté relacionada con la misión esencial del hombre: nacer plenamente.
En este sentido definía Buda la charla trivial, diciendo: “Cuando el ánimo de un monje lo incline a conversar, deberá pensar así: “No entraré en esa baja especia de conversación que es vulgar, mundana e insustancial; que no lleva al desapego, al desapasionamiento, suspensión, tranquilidad, conocimiento directo, iluminación y extinción; a saber, hablar de reyes, ladrones, ministros, ejércitos, hambre y guerra; de comida, bebida, vestido y vivienda; de joyas, perfumes, parientes, vehículos, aldeas, villas, ciudades y países; de mujeres y vino, de los chismes de la calle y de la fuente, hablar de los antepasados, de pequeñeces, de historias sobre el origen del mundo y del mar, de si las cosas son así o asá, y temas parecidos”. Entonces comprenderá todo claramente.
))”pero la conversación que sirva de ayuda para llevar una vida austera, que convenga a la claridad mental, que lleve al completo desapego, despasionamiento, suspensión, tranquilidad, conocimiento directo, iluminación, extinción…”
Uno se inclina a creer que la gente necesita guerras, crímenes, escándalos y aún enfermedades, para tener algo de qué hablar, o sea, con el fin de tener un motivo para comunicarse, aunque sea en el plano de la trivialidad. En efecto, si los hombres se han transformado en mercancías ¿Cómo puede ser su conversación, sino trivial? Si los productos del mercado pudiesen hablar, ¿no charlaría sobre los clientes, sobre el comportamiento de los vendedores, de su esperanza de conseguir un precio alto y de su decepción al quedar claro de que no se van a vender?
Mala compañía no es sólo la de personas meramente triviales, sino también la compañía de personas malas, sádicas, destructivas y hostiles a la vida. Pero, podríamos preguntarnos, ¿qué peligro hay en la compañías de malas personas cunado no traten de perjudicarnos, de una manera u otra?
Para contestar esta pegunta, debe tenerse en cuenta una ley de las relaciones humanas: no hay encuentro entre dos personas que no tenga una consecuencia para las dos. Ninguna reunión de dos personas, ninguna conversación entre ellas, excepto quizá la más casual, deja a ninguna de las dos personas como eran, a pesar de que el cambio pueda ser mínimo, y no reconocerse sino por su efecto acumulado en el caso de trato frecuente.
¿Y qué importa si los demás no nos entienden? Cuando nos exigen hacer sólo lo que entienden, lo que hacen ellos es tratar de imponérsenos. Si dicen que somos “raros” o “insociables”, que lo digan. Lo que les molesta, sobre todo, es nuestra libertad y nuestra valentía de ser nosotros mismos. A nadie tenemos que rendir cuentas, mientras no hagamos daño a nadie. ¡Cuantas vidas se han arruinado por esta necesidad de “explicarse”!, lo que suele querer decir que la explicación se “entienda”, esto es, se apruebe. Que juzguen nuestros actos y, por ellos, nuestras intenciones verdaderas, pero sepamos que una persona libre sólo debe rendir cuentas a sí misma, a su razón y a su conciencia, así como las pocas personas que puedan tener justo derecho a ello.[1]
[1] FROMM Erich (1989) Del tener al ser. (obra póstuma) Paidós, México. Pp 36, 37 y 39.
Otro de los obstáculos para aprender el arte del ser es entregarse a la charla trivial y a las mala compañías.
¿Qué es trivial? Viene del latín tri-via (cruce de tres caminos) y suele denotar “tópico”, vulgar, mediocre e insignificante. Podríamos definir, pues, “trivial” como la postura que se interesa sólo por la superficie de las cosas, no por sus causas ni interioridades; la postura que no distingue entre los esencial y lo inesencial, o que tiende a confundir ambas cualidades. Podemos decir que la trivialidad se deriva del vacío, la indiferencia y la rutina, o de cualquier cosa que no esté relacionada con la misión esencial del hombre: nacer plenamente.
En este sentido definía Buda la charla trivial, diciendo: “Cuando el ánimo de un monje lo incline a conversar, deberá pensar así: “No entraré en esa baja especia de conversación que es vulgar, mundana e insustancial; que no lleva al desapego, al desapasionamiento, suspensión, tranquilidad, conocimiento directo, iluminación y extinción; a saber, hablar de reyes, ladrones, ministros, ejércitos, hambre y guerra; de comida, bebida, vestido y vivienda; de joyas, perfumes, parientes, vehículos, aldeas, villas, ciudades y países; de mujeres y vino, de los chismes de la calle y de la fuente, hablar de los antepasados, de pequeñeces, de historias sobre el origen del mundo y del mar, de si las cosas son así o asá, y temas parecidos”. Entonces comprenderá todo claramente.
))”pero la conversación que sirva de ayuda para llevar una vida austera, que convenga a la claridad mental, que lleve al completo desapego, despasionamiento, suspensión, tranquilidad, conocimiento directo, iluminación, extinción…”
Uno se inclina a creer que la gente necesita guerras, crímenes, escándalos y aún enfermedades, para tener algo de qué hablar, o sea, con el fin de tener un motivo para comunicarse, aunque sea en el plano de la trivialidad. En efecto, si los hombres se han transformado en mercancías ¿Cómo puede ser su conversación, sino trivial? Si los productos del mercado pudiesen hablar, ¿no charlaría sobre los clientes, sobre el comportamiento de los vendedores, de su esperanza de conseguir un precio alto y de su decepción al quedar claro de que no se van a vender?
Mala compañía no es sólo la de personas meramente triviales, sino también la compañía de personas malas, sádicas, destructivas y hostiles a la vida. Pero, podríamos preguntarnos, ¿qué peligro hay en la compañías de malas personas cunado no traten de perjudicarnos, de una manera u otra?
Para contestar esta pegunta, debe tenerse en cuenta una ley de las relaciones humanas: no hay encuentro entre dos personas que no tenga una consecuencia para las dos. Ninguna reunión de dos personas, ninguna conversación entre ellas, excepto quizá la más casual, deja a ninguna de las dos personas como eran, a pesar de que el cambio pueda ser mínimo, y no reconocerse sino por su efecto acumulado en el caso de trato frecuente.
¿Y qué importa si los demás no nos entienden? Cuando nos exigen hacer sólo lo que entienden, lo que hacen ellos es tratar de imponérsenos. Si dicen que somos “raros” o “insociables”, que lo digan. Lo que les molesta, sobre todo, es nuestra libertad y nuestra valentía de ser nosotros mismos. A nadie tenemos que rendir cuentas, mientras no hagamos daño a nadie. ¡Cuantas vidas se han arruinado por esta necesidad de “explicarse”!, lo que suele querer decir que la explicación se “entienda”, esto es, se apruebe. Que juzguen nuestros actos y, por ellos, nuestras intenciones verdaderas, pero sepamos que una persona libre sólo debe rendir cuentas a sí misma, a su razón y a su conciencia, así como las pocas personas que puedan tener justo derecho a ello.[1]
[1] FROMM Erich (1989) Del tener al ser. (obra póstuma) Paidós, México. Pp 36, 37 y 39.
1 comentario:
me gusto mucho tu reportage .
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