miércoles, 27 de agosto de 2008

Es cantidad, es fuego.

Es cantidad, es fuego,
no se implica en la delicadeza vital,
no importa la distancia y el esfuerzo,
sólo es que no importa nada,
todo sucumbe a la mente,
nada queda en el cuerpo.
No importa el retorno,
es la enseñanza del mismo lo que trasciende,
no implica regreso, no implica movimiento;
es instinto de vida la apariencia,
es recoger lo que se tumba, lo que se cae,
implica importancia, no ligereza.
Si mueres bienvenido, si vives: ¡sigue peleando!.


-Jaime Johnston.

martes, 26 de agosto de 2008

Tributo a Rosario Castellanos

XXII[1]











El aire amanece limpio, recién pronunciado por la boca de Dios. Pronto va llenándose de estrépito del día. En el establo las vacas hechan su vaho caliente sobre el lomo de los ternerillos. En la majada se esponjan los guajolotes mientras las hembras, feas y tristes, escarban buscando un gusano pequeño. La gallina empolla solemnemente, sentada en su nido como en un trono.
Ya aparejaron las cabalgaduras. Salimos temprano de Bajucú, porque la jornada es larga. Vamos sin prisa, adormilamos por el paso igual de los indios y de las bestias. Entre las espesura de los árboles suenan levemente los pájaros como si fueran la hoja más brillante y más verde. De pronto un rumor domina todos los demás y se hace dueño del espacio. Es el río Jataté que anuncia su presencia desde lejos. Viene crecido, arrastrando ramas desgajadas y ganado muerto. Espeso de barro, lento de dominio y poderío. El puente de hamaca que lo cruzaba se rompió anoche. Y no hay ni una mala canoa para atravesarlo.
Pero no podemos detenernos. Es preciso que sigamos adelante. Mi padre me abraza y me sienta en la parte delantera de su montura. Ernesto se hace cargo de mi hermano. Ambos espolean sus caballos y los castigan con el fuete. Los caballos relinchan, espantados, y se resisten a avanzar. Cuando al fin entran al agua salpican todo su alrededor de agua fría. Nadan, con los ojos dilatados de horror, oponiendo su fuerza a la corriente que los despeña hacia abajo, esquivando los palos y las inmundicias, manteniendo los belfos tenazmente a flote. En la otra orilla nos depositan, a Mario y a mí, al cuidado de Ernesto. Mi padre regresa para ayudar el paso de los que faltan. Cuando estamos todos reunidos es hora de comer.
Encendemos una fogata en la playa. De los morrales sacamos las provisiones: rebanadas de jamón ahumado, pollos fritos, huevos duros. Y un trago de comiteco por el susto que acabamos de pasar. Comemos con apetito y después nos tendemos a la sombra, a sestear un rato.
En el suelo se mueve una larga hilera de hormigas, afanosas, trasportando migajas, trozos diminutos de hierba. Encima de las ramas va el sol, dorándolas. Casi podría sopearse el silencio.
¿En qué momento empezamos a oír ese ruido hojarasca pisada? Como entre sueños vimos aparecer ante nosotros un cervato. Venía perseguido por quién sabe qué peligro mayor y se detuvo al borde del mantel, trémulo de sorpresa y de miedo; palpitantes de fatiga los ijares, húmedos los rasgados ojos, alerta las orejas. Quiso volverse, huir, pero ya Ernesto desenfundado su pistola y disparó sobre la frente del animal, en medio de donde brotaba, apenas, la cornamenta. Quedó tendido, con los cascos llenos de lodo de su carrera funesta, con la piel reluciente del último sudor.
-Vino a buscar su muerte.
Ernesto no quiere adjudicarse méritos, pero salta a la vista que está orgullos de su hazaña. Con un pañuelo limpia cuidadosamente el cañón de la pistola antes de volverla a guardar.
Mario y yo nos acercamos con timidez hasta el sitio donde yace el venado. No sabíamos que fuera tan fácil morir y quedarse quieto. Uno de los indios, que está detrás de nosotros, se arrodilla y con la punta de una varita levanta el párpado del ciervo. Aparece un ojo extinguido, opaco, igual a un charco de agua estancada donde fermenta ya la descomposición. Los otros indios se inclinan también hacia ese ojo desnudo y algo ven en su fondo porque cuando se yerguen tienen el rostro demudado. Se retiran y van a encunclillarse lejos de nosotros, evitándonos. Desde allí nos miran y cuchichean.
-¿Qué dicen? –pregunta Ernesto con un principio de malestar.
Mi padre apaga los restos del fuego, pisoteándolo con sus botas fuertes.
Desde entonces los indios llaman a aquel lugar “Donde se pudre nuestra sombra”.
Su voz es espesa de cólera. Ernesto no entiende. Insiste.
-¿Y el venado?
-Se pudrirá aquí.
-Nada. Supersticiones. Desata los caballos y vámonos.
Su voz es espesa de cólera. Ernesto no entiende. Insiste.
-¿Y el venado?
-Se pudrirá aquí.
Desde entonces los indios llaman a aquel lugar “Donde se pudre nuestra sombra”.








[1] Fragmento de la obra BALÚN CANÁN de Rosario Castellanos.

sábado, 23 de agosto de 2008

Icnocuicatl/Canatares tristes (Lila Downs)



Mostla/ queman nehuatl nionmiquis/ amo queman ximocuesco./ Nican/ ocsepa nican nionhualas/ cualtzin huitzitzilin nimocuepas./ Soatzin, queman ticonitas tonatiuh/ ica moyolo xionpaqui./ Ompa,/ Ompa niyetos ihuan totahtzin/ cualtzin tlahuilli nimitzmacas.

Mañana, mañana que yo muera, no quiero que estés triste. Aquí, aquí yo volveré convertido en Colibrí. Mujer, cuando mires hacia el sol sonríe con alegría, Allí, allí estaré con nuestro padre, buena luz yo te enviaré

Realidades opuestas de una misma sociedad.


-Jaime Johnston
Buscando dignidad por las calles de México, no existe la justicia social, sólo pasa a ser de gente externa a la realidad de los barrios y de esos lugares donde el pavimento de las calles se desgastan por el transitar de los mortales mexicanos. No encontrar una realidad, sino todo lo contrario, no encontrarla y al mismo tiempo encontrar demasiadas; el país no se pone de acuerdo, nosotros no nos ponemos de acuerdo. Octavio Paz decía que el México sólo era un proyecto de unos cuantos, de gente que en realidad es conciente de los faltantes sociales, gente consiente de los sobrantes sociales. Ser la mayoría de una nación, de un proyecto de nación, no es cuestión política, no es cuestión de religión: es cuestión de sentido común, una cuestión que a todos nos corresponde contestar, uno a uno con nuestras acciones diarias. En los últimos días se escucha mucho en los medios masivos la palabra "seguridad", mucha gente habla, muchos televisores encendidos, pero nadie dice ni ve nada; los que piden esa "seguridad" son los empresarios, gente de dinero, gente que es ajena a la realidad del grueso de la población mexicana,¿por qué diferentes al grueso de la población?, simple, ellos tienen el dinero y el poder es hijo de éste. La mayoría de la población tiene orificios necesarios para llenarse: empleo estable, vivienda, seguridad social y todos esos componentes necesarios para vivir con dignidad, esos componentes que hacen más llevadera ésta existencia, éste caminar. El rico pide seguridad, hace que su grito se escuche hasta el cerro más recóndito del país, hasta la casa más pobre, el rico le pide a la gente común que se unan para pedir seguridad, ser uno con ellos, pero creo que es necesario primero llenar esos orificios antes mencionados para que en realidad éste México sea uno, donde las brechas sociales no sean tan marcadas y que no se generalice una realidad ajena a la mayoría de la población. La unión de un país comienza con una realidad pragmática para la mayoría de la población.

martes, 19 de agosto de 2008

A VOSOTROS JEFES, OFICIALES Y SOLDADOS
DE LA DIVISIÓN ARENAS

Lo que todos nosotros esperábamos, ya lo hemos visto ahora, aquello que sucedería ahora o mañana: que vosotros os dividiríais de aquellos a quienes engendra Venustiano Carranza. Nunca os favorecieron ellos, ni os quisieron. Os pusieron muchos engaños y envidias. Bien visteis así cómo no os estimaron como a hombres; querían heriros, que no tuvierais honra, haceros a un lado. Ellos nunca os mostraron comportamiento humano y respetuoso. Nunca hubo en esos hombres comprensión adecuada, de afecto por otros, de estimación, en forma voluntaria, de un comportamiento propio de humanos, que proviene de lo humano en cualquier cosa perteneciente a otros y en cualquier trabajo que alguien realizara. Dar vuelta al rostro en cuanto al mal gobernante, os honra y borra el recuerdo de vuestra falta.
Nosotros que esperamos que logréis los principios por los que se lucha y la unidad de todos nosotros, los que nos apretamos junto a una bandera, para que se haga grande la unidad de corazones, la que nunca podrán destruir esos burladores de la gente y todos aquellos a los que engendra y enluta el carrancismo, nosotros, con todo nuestro corazón, sabemos olvidar la antigua separación; os invitamos a todos, y a quien quisiera de vosotros, para que os contéis al lado de nuestra bandera, porque ella pertenece al pueblo, y a nuestro lado trabajéis por la unidad de la lucha. Ello, ahora y ahora, es así el gran trabajo que haremos ante nuestra madrecita la tierra, la que se dice la patria.
Combatamos al que está allí, el hombre no bueno, Carranza, que ha sido para todos nosotros atormentador; fortalezcamos nuestra unión y así lograremos ese gran mandato, los principios de la tierra, libertad y justicia; que cumplamos nuestro trabajo de revolucionarios decididos y sepamos lo que hemos de hacer, eso que es grande, en favor de nuestra madrecita la tierra, a vosotros invita el Cuartel General del Ejército Libertador.
Por ello hago esta palabra mandato todos los que se apeguen a nuestra lucha, quienes quiera que sean, gozarán de una vida recta y buena. en ello va nuestra palabra de honra, de hombres buenos y de buenos revolucionarios.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Cuartel General Tlaltizapán, Mor.,
a 27 de abril de 1918
el General en Jefe del Ejército Libertador
Emiliano Zapata/f.
Nota: Rogamos a aquel que cuya mano caiga este manifiesto que lo haga pasar a todos los hombres de esos pueblos.