viernes, 24 de octubre de 2008

Rosario Castellanos

Rosario Castellanos
Y su visión de la justicia



Rosario Castellanos nació en el Distrito Federal, en 1925, pero desde que le fue posible viajar, su familia se trasladó a San Cristóbal de la Casas, donde pasó toda su infancia y primera juventud y estudió hasta la secundaria; abandonó ese estado sólo cuando llegó a la edad de continuar la preparatoria e ingresar a la universidad.
Pero quedó muy marcada con lo que vio, estudió y observó esos primeros años de su vida. Su familia poseía tierras, aunque perdió mucho a raíz de la Reforma Agraria, que durante el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas afectó haciendas y latifundios.
De cualquier manera, su familia, aunque empobrecida, siguió siendo de las privilegiadas; ella, hija única a raíz de la muerte de su hermano menor, fue criada por una nana, casi de su edad, que la cuidaba y jugaba con ella.
Como mucha gente que vivía en esas condiciones, pudo sopesar y observar las diferencias de dos mundos: el de los blancos, adinerados, que gozaban de una posición socioeconómica superior; y al mismo tiempo el de los indígenas, empobrecidos, quienes recibían una paga que no equivalía al trabajo realizado y que estaban acostumbrados a obedecer órdenes, no sólo laborales, que les comunicaban los blancos. Ambas partes aceptaban la superioridad de unos e inferioridad de otros.
Eso venía desde los tiempos de la conquista y se prolongó de manera natural toda la colonia; no desapareció con la independencia de 1821, tampoco con el triunfo de la fracción liberal en 1857, ni después, cuando el ejército liberal expulsó a los invasores que intentaron establecer en México el segundo imperio. Más bien se agudizó tras los largos periodos presidenciales de Porfirio Díaz. A lo largo de cuatro siglos Chiapas, rica en cultivos, selva y calor humano y vegetal, ha sido uno de los estados menos favorecidos por las políticas que han gobernado México desde que era parte de España. Rosario Castellanos vivió esas injusticias de niña y adolescente.
Aunque pertenecía a una familia adinerada, convivía con niños indígenas, comía con ellos, jugaba con ellos. Tenía una doble vida, como la de todos los que pertenecían a su misma clase socioeconómica, sólo que ella, en vez de crecer considerándose privilegiada, dueña de la vida de sus sirvientes, prefirió ponerse del otro lado de la acera, se identificó con los desposeídos y trató de servirles.
Al terminar la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México se fue a vivir una temporada a la tierra que la vio crecer, y con devoción franciscana se dedicó a educar a los indígenas, trabajó en su beneficio, escribió obras de teatro para que los niños chiapanecos aprendieran a leer y a escribir, y de esta manera adquirieran las otras herramientas para tener una vida más digna. Trabajó para el Instituto Nacional Indigenista, con la convicción de que los superiores no eran los blancos, los adinerados, los poderosos, sino los humildes, los explotados.
Pero no los convirtió en héroes, sino que los miró como a seres humanos, con muchas virtudes y también muchos defectos derivados de la miseria en que viven.
Retrató algunas de sus experiencias en sus dos novelas, “Balún Canán” y “Oficio de tinieblas”; pero donde mostró con más exactitud los contrastes entre ambas visiones de la vida fue en los relatos inexorables, a veces rudos, aunque bellísimos, de “Ciudad real”.
Pero Rosario Castellanos no tenía una visión trágica de la vida y también retrató a los otros, a los privilegiados, en otro volumen de cuentos, “Los convidados de agosto”, e hizo evidente su sentido de la superioridad y cómo la vida se les revierte y los castiga con crueldad; su cursilería y su ridiculez, que los lleva a tratar con el silencio los hechos que son conocidos por todos y que pretenden, al callarlos, hacer como que no sucedieron. El lenguaje de Castellanos en estos relatos es más fluido, menos tenso y mucho más humorístico.
Murió en 1974, cuando era embajadora de México en Israel. El fallecimiento de Castellanos fue a consecuencia de una descarga eléctrica recibida por una lámpara al querer contestar el teléfono momentos después de salir de una ducha.[1]



EDUARDO MEJÍA.







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[1] El subrayado es mío.

jueves, 23 de octubre de 2008

Las penas del joven Werther

'La amada Lotte y el joven Werther'






24 de Noviembre

No ignora Lotte lo que sufro. Su mirada ha penetrado hoy hasta lo más profundo de mi corazón. La encontré sola: yo no despegaba mis labios, y ella me miraba fijamente. Absorto ante aquella mirada sublime, llena de afectuoso interés y dulce compasión, no veía en aquel momento su seductora belleza, ni la aureola de inteligencia que ilumina su frente. ¿Por qué no me arrojé a sus pies, o la estreché en mis brazos, encubriéndola de besos? Se puso al piano; a sus armoniosos acordes unió su dulce y melodiosa voz. No he visto nunca más adorables sus labios; parecía que se entreabrían lánguidamente para aspirar los dulces sonidos del instrumento y exhalarlos de nuevo, suavizados por su hálito. ¡Ah! ¡Si yo pudiera hacer que compartiese conmigo lo que entonces sentí! Incliné la cabeza desfallecido y me juré no atreverme jamás a imprimir un beso en aquella boca…, en aquella boca donde revoloteaban los celestiales serafines. Y, sin embargo, yo quiero… No; hay una barrera inaccesible que la separa de mi alma. ¡Destruir esta pureza…! Y, luego, el castigo que sigue al pecado… ¿Pecado?

martes, 21 de octubre de 2008

Dulce Chacón




La Guardia Civil fotografió el cadáver de Mateo, y el de cada uno de los guerrilleros que murieron en El Pico Montero, y expuso las fotografías en los escaparates de las tiendas de todos los pueblos de El Llano. Seis hombres. Y una chiquilla. Los rumores que corrían señalaban la trampa en la que caerían los que reconocieran a sus muertos. Sólo unos pocos confiaban en que les entregarían los cadáveres, y no serían dtenidos ni interrogados. Los demás miraban los retratos procurando controlar la emoción para que su rostro no les delatara al conocer la muerte de los suyos. Miraban. Guardaban silencio y se alejaban sin un gesto de dolor, sin una lágrima.


(1954 - 2003)

Dulce Chacón (Zafra, 1954-Madrid, 2003), poeta y novelista, publicó los libros de poemas Querrán ponerle nombre (1992), Las palabras de la piedra (1993), Contra el desprestigio de la altura (Premio de Poesía Ciudad de Irún 1995) y Matar al ángel (1999), todos ellos recogidos en el volumen Cuatro gotas (2003) . Como narradora publicó las novelas Algún amor que no mate (1996), Blanca vuela mañana (1997), Háblame, musa, de aquel varón (1998) -que componen la Trilogía de la huida-, Cielos de barro (Premio Azorín 2000) y La voz dormida (2002), Premio al Libro del Año 2002 del Gremio de Libreros de Madrid. También es autora de la obra de teatro Segunda mano (1998) y de la versión para la escena de Algún amor que no mate (2002). Su obra se ha traducido a varios idiomas.

domingo, 19 de octubre de 2008

EN ESTE LUGAR

Recuperado el abismo de la noche pasada, recuperado de las ideologías que no me permitían ver la ideología. Ahora no comprendo cual es el camino a seguir, todos son caminos y nada es un destino fijo. Ahora me encuentro en medio de éste gran llano donde los jimadores repasan las navajas derramando la miel de la tierra, no saben donde están, no me dejan saber donde estoy. Es incapaz la razón sacarme de aquí, de éste lugar tan desconocido como mi cuerpo mismo.

jueves, 16 de octubre de 2008

La charla trivial y las malas compañías.

La charla trivial y las malas compañías.

Otro de los obstáculos para aprender el arte del ser es entregarse a la charla trivial y a las mala compañías.
¿Qué es trivial? Viene del latín tri-via (cruce de tres caminos) y suele denotar “tópico”, vulgar, mediocre e insignificante. Podríamos definir, pues, “trivial” como la postura que se interesa sólo por la superficie de las cosas, no por sus causas ni interioridades; la postura que no distingue entre los esencial y lo inesencial, o que tiende a confundir ambas cualidades. Podemos decir que la trivialidad se deriva del vacío, la indiferencia y la rutina, o de cualquier cosa que no esté relacionada con la misión esencial del hombre: nacer plenamente.
En este sentido definía Buda la charla trivial, diciendo: “Cuando el ánimo de un monje lo incline a conversar, deberá pensar así: “No entraré en esa baja especia de conversación que es vulgar, mundana e insustancial; que no lleva al desapego, al desapasionamiento, suspensión, tranquilidad, conocimiento directo, iluminación y extinción; a saber, hablar de reyes, ladrones, ministros, ejércitos, hambre y guerra; de comida, bebida, vestido y vivienda; de joyas, perfumes, parientes, vehículos, aldeas, villas, ciudades y países; de mujeres y vino, de los chismes de la calle y de la fuente, hablar de los antepasados, de pequeñeces, de historias sobre el origen del mundo y del mar, de si las cosas son así o asá, y temas parecidos”. Entonces comprenderá todo claramente.
))”pero la conversación que sirva de ayuda para llevar una vida austera, que convenga a la claridad mental, que lleve al completo desapego, despasionamiento, suspensión, tranquilidad, conocimiento directo, iluminación, extinción…”
Uno se inclina a creer que la gente necesita guerras, crímenes, escándalos y aún enfermedades, para tener algo de qué hablar, o sea, con el fin de tener un motivo para comunicarse, aunque sea en el plano de la trivialidad. En efecto, si los hombres se han transformado en mercancías ¿Cómo puede ser su conversación, sino trivial? Si los productos del mercado pudiesen hablar, ¿no charlaría sobre los clientes, sobre el comportamiento de los vendedores, de su esperanza de conseguir un precio alto y de su decepción al quedar claro de que no se van a vender?

Mala compañía no es sólo la de personas meramente triviales, sino también la compañía de personas malas, sádicas, destructivas y hostiles a la vida. Pero, podríamos preguntarnos, ¿qué peligro hay en la compañías de malas personas cunado no traten de perjudicarnos, de una manera u otra?
Para contestar esta pegunta, debe tenerse en cuenta una ley de las relaciones humanas: no hay encuentro entre dos personas que no tenga una consecuencia para las dos. Ninguna reunión de dos personas, ninguna conversación entre ellas, excepto quizá la más casual, deja a ninguna de las dos personas como eran, a pesar de que el cambio pueda ser mínimo, y no reconocerse sino por su efecto acumulado en el caso de trato frecuente.
¿Y qué importa si los demás no nos entienden? Cuando nos exigen hacer sólo lo que entienden, lo que hacen ellos es tratar de imponérsenos. Si dicen que somos “raros” o “insociables”, que lo digan. Lo que les molesta, sobre todo, es nuestra libertad y nuestra valentía de ser nosotros mismos. A nadie tenemos que rendir cuentas, mientras no hagamos daño a nadie. ¡Cuantas vidas se han arruinado por esta necesidad de “explicarse”!, lo que suele querer decir que la explicación se “entienda”, esto es, se apruebe. Que juzguen nuestros actos y, por ellos, nuestras intenciones verdaderas, pero sepamos que una persona libre sólo debe rendir cuentas a sí misma, a su razón y a su conciencia, así como las pocas personas que puedan tener justo derecho a ello.[1]



[1] FROMM Erich (1989) Del tener al ser. (obra póstuma) Paidós, México. Pp 36, 37 y 39.

miércoles, 15 de octubre de 2008




En larguísimos túneles sombríos duermen las niñas alineadas como botellas de champaña, los maléficos ángeles del sueño las repasan en silencio, golosos catadores prueban una por una las almas en agraz les ponen sus gotas de alcohol o de acíbar sus granos de azúcar. Viene luego la promiscuidad de los brindis conforme van saliendo las cosechas al mercado hay que compartir el amor porque es una fermentación morbosa, se sube pronto a la cabeza y nadie puede consumir una mujer entera

¡kalenda maya la fiesta continúa!

-Juan José Arreola .

Música: La Barranca.