jueves, 26 de noviembre de 2009

Adolf Wölfi - Martín Ramírez o del Arte Marginal

-Jaime Johnston M.













Se especula, se dice que de poetas y locos todos tenemos un poco. Son los clichés de la sociedad la que nos arrebata nuestros títulos auténticos, después del título “Humano”. Autores de cualquier cantidad de poesía y comportamiento meramente lunático; de ese se conforma nuestra vida, la vida activa. Ambos auténticos en el hombre porque por la palabra accedemos a la realidad, onírica o imaginaria, que ofrece la locura.
En la sociedad actual que de nada sirve un poeta o pintor, pues la vida se va tejiendo entre empresas, dinero= poder o de cualquier cosa que nos aleje de nuestra humanidad.
Somos temerosos a la locura, pero ignoramos que todos somos candidatos seguros para obtenerla; algunos la padecen y la simulan a la perfección. Somos temerosos a la locura por la libertad que ésta acarrea, tan temerosos somos de ella que refundimos entre cuatro paredes aquél que es loco confeso. Es en esas cuatro paredes que ignoramos lo que ocurre con la vida onírica: se desarrolla, crece y se desarrolla. Poesía, pintura, escultura y todo aquello inmaterial, ideológico se vuelve materia palpable, irrefutable de existencia.




Adolf Wölfi (1864-1930) encerrado y olvidado en un manicomio mostraba la más auténtica libertad. Con lápiz y papel, nunca óleo y pinceles, realizaba los planos bellamente inspirados de la locura misma. Tal vez ésta era la cura o la penitencia de una vida tormentosa, violado de niño y violador de niños, culpas lavadas por los colores, olvido del tiempo pasado por las líneas trazadas. Empujado por los pastores de su aldea al exilio que la locura también acarrea.
Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos, Tomo I hace mención sobre Wölfi en una mini-biografía a su más puro estilo. Habla sobre una pieza realizada por Wölfi titulada ‘La ville de biscuit á biére St. Adolf’ “coloreado a lápiz, nunca le dieron óleos ni témperas, demasiados caros para malgastarlos en un loco” (Cortázar, p. 79). El autor de Rayuela debate el plano de una ciudad wolfiana, donde la cerveza es elevada a los altares santificados, sin olvidar la ciudad vuelta un gran bizcocho. Claro está que Wölfi nos quedé a deber el plano del horno en que fue preparada ésta singular ciudad.





Martín Ramírez (México 1895 – E.U.A. 1963) tapatío de nacimiento y gringo de muerte, se enfrentó contra los demonios que habitan en los muros de los manicomios. Su resguardo contra estos demonios solía ser la esquizofrenia, la creadora de los ángeles que le aconsejaban ser un autodidacta de la pintura: ser un artista marginal. Ferrocarriles, túneles y raíces de su México nos llevan a mundos alternos a los cuales Ramírez tenía acceso absoluto, incondicional. El mundo al que los ángeles de la locura sólo tienen llave, dan acceso aquél Avatar que es nacido en la miseria, pero que internamente posee una fuerza para soportar las toneladas de la creatividad y la locura.

Dos ausentes, dos artistas de la locura, de lo marginal que ponen a pensar al aacadémico cuerdo sobre la postura de la pintura, si el arte sólo es para unos cuantos, sobre la creatividad de la locura, la necesidad de pintar, escribir o hacer música.
Son los hijos del arte marginal, aquel en donde sus academias se instalan en manicomios y cárceles. Hijos de la marginación que expresan la belleza interna del hombre; los artistas parias que se pintan a sí mismos y desconocen la realidad impuesta sobre el tiempo al que se ausentan.










martes, 24 de noviembre de 2009

LA EDAD DE ORO







"porque con lágrimas y quejas
no se vence a los pícaros…”
-José Martí.



¿De qué forma, o abstracción, se le puede platicar a un niño? La historia personal, social y universal suele ser compleja. Se percibe, la historia, como una maraña de números conjuntos, títulos sobre hechos ocurridos a lo largo del tiempo y a kilómetros del hogar. ¿Existe alguna fórmula para dar cucharadas de historia a un niño sin que éste la escupa? Es seguro que no existe tal fórmula, pero sí una forma en que la historia puede ser contada a un infante sin producir nausea alguna. José Martí (Cuba 1853- 1895) lo supo, él tenía el lenguaje infinito para así mostrarle el mundo, mediante ese lenguaje, a un niño. Contarle los acontecimientos continentales (América) y universales. Historias sobre el hombre antiguo y del guerrero, de la ciudades antiguas y modernas; la conquista del futuro mediante el pasado. Temas que de igual forma trata Martí es el hambre por la libertad, la lucha contra el racismo, la viva desigualdad social y la siempre presente muerte.
Es la edad eterna en la que un niño comprende la llama encendida de la historia, que sabe cuidarla y a que a su tiempo encenderá más llamitas a lo largo de su vida.

-Jaime Johnston M.