domingo, 8 de junio de 2008

Sobre la educación indígena y otros queveres





JAIME JOHNSTON MAGALLANES
MAYO DE 2008




La escuela prehispánica en México

La educación en el México prehispánico era contundente y proporcionaba equilibrio en la sociedad para que ésta siguiera funcionando de manera adecuada y en armonía en muchos ámbitos como: el social, el cultural y el religioso. La educación era importante para el desarrollo del individuo que en un futuro sería miembro activo de una sociedad que requería de sus servicio o habilidades en varios aspectos como la cacería, la guerra, el sacerdocio y, el más trascendente, el de gobierno.
El Códice Mendoza refiere que la enseñanza de los niños aztecas se fundaba en la frugalidad y la dedicación. Comenzaba en el hogar y se prolongaba hasta los doce años. La educación del varón estaba confiada al padre, y la de la niña a su madre. En estos primeros años, la enseñanza se limitaba a buenos consejos y a labores domésticas menores. El niño aprendía a llevar agua y leña, acompañaba a su padre al mercado y recogía los granos de maíz que hubieran caído al suelo. Por su parte, la niña observaba cómo su madre hilaba y cuando tenía seis años era enseñada a manejar el huso. A partir de los siete años y hasta cumplir los catorce, los varones aprendían a pescar y a conducir la canoa, mientras las niñas hilaban el algodón, barrían la casa, molían el maíz con el metate y trabajaban en el telar. Al cumplir los 12 años, los varones seguían su educación fuera de casa.
La división social existía en este tiempo y para el ámbito escolar era importante hacer ésta división pues había dos tipos de escuelas principales, primero el Calmécac, para los hijos de la nobleza, los pipiltin, de aquí egresaban los futuros gobernantes, generales y sacerdotes.
La segunda escuela, el Telpochcalli, para los macehuates hijos de esclavos, individuos entrenados para el servicio a su comunidad, la guerra.

El Calmécac
A todos los niños mexicas les llegaba su hora de asistir a una institución que les encomendaría obligaciones, donde su vida hogareña era interrumpida por un nuevo compromiso, la escuela. Las familias de la nobleza mandaban a sus hijos al Calmécac, centro de enseñanza para los futuros gobernantes.
El día en que el niño debía ingresar a la escuela era llevado hasta el Calmécac acompañado de sus padres. Llevaban con ellos los objetos necesarios para la ceremonia de iniciación: papeles de colores, copal, taparrabos, mantas plumas verdes y collares de oro. Dentro del lugar vestían al niño con ropas de gala, después, cubrían su cuerpo y rostro con tinta negra; de inmediato le colocaban un collar y perforaban sus orejas. La sangre que brotaba de las heridas era arrojada sobre la imagen de Quetzalcóatl. De aquí en adelante el niño debía acostumbrarse a soportar el dolor. Todos los niños permanecían en un inmenso patio amurallado, desnudos, titiritando de frío y sin pronunciar palabra. Si alguno de los sacerdotes encargados escuchaba el más mínimo murmullo, de inmediato separaba al responsable del resto y le descargaba azotes de vara de maguey hasta dejarlo inconciente. El sumo sacerdote ascendía a una tarima de piedra y se disponía a hablar. Después de guardar silencia para tener la atención de todos, comenzaba su discurso que decía:

Naciste del vientre de tu venerable madre, en virtud de la simiente de tu padre. Pero debes olvidar ahora que tienes familia. Deberás honrar y obedecer a tus maestros como a tus verdaderos padres. Ellos tienen la autoridad para castigarte pues son quienes te abrirán los ojos y te destaparán los oídos para que aprendas a ver y a escuchar. Hoy te separaste de tus padres y tu corazón está triste. Pero tenemos que presentarte al templo al que te ofrecimos cuando aún eras una criatura y tu madre te hacía crecer con su leche. Ella te cuidó cuando dormías y te limpió cuando te ensuciabas; por ti padeció dolor, cansancio y sueño. Ahora eres un hombre; es el momento de ir al Calmécac, lugar de llanto y pena donde has te encontrar tu destino. Pon mucha atención: en vano tendrás apego a las cosas de tu casa. Tu nuevo hogar y tu nueva familia están aquí en el templo del señor Quetzalcóatl. Recuerda que alguna vez fuiste un niño feliz, porque aquí se templará tu cuerpo y tu alma con dolor y sacrificio.[1]


Dicho esto, los padres daban la media vuelta y salían sin volver la vista al templo, sabían que ni esa noche ni las siguientes su hijo llegaría a dormir a casa; las reglas de la escuela establecían que todos los estudiantes debían pasar la noche dentro del santuario, sin más cobija que sus propias ropas.
Las actividades en el Calmécac comenzaban a temprana hora. A las cuatro de la mañana los estudiantes se levantaban a limpiar y barrer los aposentos. Si algún estudiante se quedaba dormido era acreedor a un castigo, chupetazos de agua fría o golpes con ramas de ortiga. Terminaban las labores de limpieza y, el sol aún oculto, comenzaba el trabajo en el campo. Los alumnos pasaban largas horas juntando leña, cuidando las milpas, levantando paredes, emparejando camellones y abriendo canales. El sudor y la fatiga encontraban alivio con la comida que llevaban los compañeros hasta el lugar de trabajo. En cambio, se consideraban graves pecados la glotonería y la avaricia; las reglas obligaban a comer poco y a compartir todos los alimentos, incluyendo aquellos obsequiados por sus familiares.
El atardecer era el indicador para regresar al recinto, una vez dentro, los estudiantes aprendían a tocar instrumentos musicales: flautas de barro, caracoles y tambores, también estudiaban los códices, pues era deber de todo alumno el conocimiento de los secretos que las viejas pinturas encerraban.
Algunas de las noches en el Calmécac eran dedicadas a la penitencia. El rito daba principio con un baño purificador en agua fría. Cerca de la media noche comenzaba la caminata. Un sacerdote escogía un sendero solitaria, llevaba un caracol que iba tocando, una bolsa con copal y puntas de maguey. Los mayores avanzaban hasta los montes o los ríos; los pequeños no llegaban muy lejos; todos hacían su mejor esfuerzo. Una vez en el lugar elegido, el penitente se desnudaba, metía las espinas de maguey en una pelotilla de heno e iba clavándoselas, una a una, en diferentes partes del cuerpo. Hería muslos, brazos y lengua para ofrendar su dolor y su sangre. Todo esto servía para forjar un carácter fuerte y resistente, digno de un noble; herramientas necesarias para tener una vida útil y digna en su vida adulta.
Todas las actividades realizadas en el Calmécac eran respaldadas con un claro propósito: que el estudiante fuera útil a la comunidad no importando en el nivel que se desempeñara; teniendo humildad y vocación de servicio a la comunidad.
Para los Aztecas era muy importante que sus gobernantes fueran aptos para los cargos que desempeñaban, tuvieran la capacidad de tomar buenas decisiones y fuertes convicciones morales. En el Calmécac se les enseñaba todo esto.

El Telpochcalli

En náhuatl, casa de los mancebos, eran centros en los que se educaban los jóvenes del pueblo, a partir de los 15 años, para servir a su comunidad y para la guerra. A diferencia de los nobles que asistían al Calmécac, los vástagos de los plebeyos, conocidos como macehuates, asistían al Telpochcalli. Estas escuelas para jóvenes se encontraban en cada barrio o calpulli.
La vida en el Telpochcalli era dura. Desde la madrugada comenzaban las extenuantes actividades. El día comenzaba con un helado baño, seguido e una comida frugal y muy controlada. Solían memorizar los cantares de los hechos relevantes de sus mayores y las alabanzas de sus dioses, además 0de aprender y ejercitarse en el manejo de las armas como el átlatl, instrumento utilizado para lanzar pequeñas lanzas y, el macúahuitl, la espada de madera con filo de obsidiana. Los alumnos tenían otras obligaciones como la de reparar los templos, teocalli, acarreando los materiales necesarios y trabajar las tierras heredadas de forma colectiva para su sustento. Especialmente se buscaba su resistencia al dolor mediante el autosacrificio. Los alumnos ociosos o incorrectos eran castigados severamente, por ejemplo, la embriaguez se penalizaba con la muerte. Si alguno de los alumnos sobresalía por su habilidad y valor en las guerras de conquista, algún día podría llegar a ser ciudadano distinguido a quien se premiaba y rendían honores. Cuando alcanzaban la edad requerida para casarse, finalizaba su instrucción en el Telpochcalli.
El Telpochcalli estaba ubicado en el calpulli, que era el nombre que se le daba a los barrios del pueblo. El calpulli se define como “territorio y unidad social cuyos miembros estaban emparentados entre sí; también, base de la estructura política, económica, social, religiosa y militar dentro de la nación azteca. Los miembros de un calpulli poseían la tierra en forma colectiva con derechos individuales de uso, y todo adulto casado tenía derecho a recibir una parcela y cultivarla. Para ello, el administrador de los bienes inscribía en sus registros a todo varón desde el momento de su matrimonio. A quien no hubiere heredado de su padre una parcela, el calpulli tenía obligación de otorgársela. El derecho se perdía cuando una familia lo abandonaba, se extinguía sin dejar sucesión o no lo cultivaba en un lapso de tres años consecutivos. Con el transcurso del tiempo estas reglas sufrieron numerosas excepciones. Los dignatarios, funcionarios, sacerdotes, comerciantes y artesanos no cultivaban la tierra. Los cuatro territorios o calpullis en los que se dividió originalmente Tenochtitlan fueron Mayotla, Teopan, Cuepopan y Atzacualco”. [2]

La educación para los Aztecas era fundamental para el buen funcionamiento de la sociedad en general. La importancia de educar desde temprana edad a los dirigentes del pueblo con sacrificio constante y trabajos de todo tipo, forjando una humildad y el reconocimiento de que era el individuo uno con el pueblo, sirviéndole, dirigiéndole y otorgándole el crecimiento en conjunto, siempre encontrando el equilibrio de la sociedad con la cosmovisión que tenían de la vida. La sociedad Azteca era conquistadora de tierras, el imperio que se expandía a varios kilómetros, teniendo siempre constantes batallas y de ahí también la importancia de enseñar a sus jóvenes el arte de la guerra. Era necesario tener guerreros de élite con los que contaban siempre con el triunfo, con la tenacidad que les caracterizaba, aprendida en la escuela de la vida, pues en ambos lugares se les entrenaba para enfrentar la vida , lo necesario y justo para forjarse un carácter fundamental al vivir la realidad de esos tiempos. El equilibrio entre educación y sociedad que mantenían los aztecas era fundamental para el desarrollo de su sociedad, mantener el equilibrio para el pleno desarrollo del imperio en todos sus rangos, desde el emperador (Tlatoani), hasta los Calpullis. El pasado nos muestra la gran comunión que puede forjar la universidad y la sociedad complementándose mutuamente, siempre buscando los beneficios para ambas partes.

La educación indígena en la colonia
La llegada de los españoles a México fue de gran impacto para el cambio social, cultural y religioso de los pueblos autóctonos de la región. Con los españoles llegaron beneficios que hoy en día nos son útiles, pero en el siglo XV no eran necesarios muchos aspectos impuestos por los colonizadores, desde animales, comida, hasta religión y dinámica social. Entre estas alteraciones estuvo la educación; donde ya no importaba el estudio de los códices, de la historia de los antepasados indígenas, el entrenamiento para la guerra y mucho menos para el sacerdocio. Los españoles sólo apuntaban a la enseñanza del catecismo y con esto la imposición de un sistema religioso y filosófico muy ajeno a los colonizados. Del concepto cristiano de vicios y virtudes resaltaba la importancia de la educación como medio de inculcar determinados hábitos. Los españoles, cristianos viejos, instruidos en la fe y asistentes a colegios y escuelas, asimilaban escasamente las recomendaciones sobre formas de comportamiento que, en cambio, los indios practicaban. La educación institucionalizada no logró gran influencia ni mejoría de las costumbres; la vida doméstica determinó, en buena medida, las actitudes de unos y otros ( ). La educación netamente cristiana se consideraba adecuada para los indios, mientras que los españoles defendían su propio prestigio y los intereses de la corona, hacían caso omiso a la doctrina cristiana. Lo cristiano se les notaba solamente en su grandes limosnas y aportes materiales a la iglesia (en el México actual se sigue viviendo este tipo de “religiosidad material” promulgada principalmente por los políticos y poderoso de nuestro país). Los evangélicos de la época pretendían solamente la enseñanza del cristianismo, descuidando completamente otro tipo de educación, solamente era necesaria “la doctrina cristiana, santo temor de Dios y buenas costumbres”. La imposición de la evangelización fue gracias a la moral natural del indio. Los colonizadores introducían la mentalidad moderna para la que los valores materiales fueran superiores a los espirituales. “La educación colonial no fue la instancia liberadora en que creen los pedagogos del siglo XX, pero sirvió a los intereses de la época…”. Con la supervivencia de la creencia del viejo orden: el reconocimiento tácito de la superioridad de quienes tienen la más clara y el conocimiento de los recursos del poder, el desinterés hacia proyectos políticos que se siguen sintiendo ajenos, la incredulidad ante ofrecimientos de mejoría económica tantas veces frustrada, el rechazo de proyectos supuestamente redentores, la falta de costumbre de defender sus derechos, la inclinación a creencias y fanatismo religiosos los cuales son resultado de la marginación dada por los gobiernos y la sociedad en general a los indígenas desde siglos atrás.
La conquista española trazó un vacío existencial en la vida del indígena, llegando hasta el ultraje y la violación justificando estos hecho por el nombre de Dios y mandato del Papa; los mismo evangelizadores y algunos otros, denunciaban las atrocidades hechas por sus mismos paisanos, denuncias como:

Hacia el año de 1550, unos indios de esta provincia, aunque no todos, abandonaron la fe y se volvieron a la idolatría, Fr. Diego de Landa… impulsado por el celo divino se levantó contra estos, destruyó los altares de los indios, aprendió a los que adoraban, los azotó y, los encarceló, y cuando pudo él y sus compañeros extinguieron con todo vigor y esfuerzo este pecado, de modo que por algunos años se apoderó el temor de los indios y no solo abandonaron la idolatría, sino además las bebidas (Balche) que tomaban en sus libaciones…”(Don Pedro Sánchez de Aguilar ‘Dean de Yucatán’).[3]

El miedo el peor enemigo de la libertad, la destrucción de la cosmovisión debió haber sido impactante para el indio, pues era su mundo, las deidades destruidas eran aquellas que le proveían de todo lo necesario para su existencia. El fanatismo religioso por parte de los españoles fue de grandes magnitudes que dejaron al indio sin identidad y con una confusión cultural que hasta la fecha no ha sido superada. Fray Bernardino de Sahagún los describe:
Para conoçer el quilate desta gente mexicana el qual aun no se a conoçido porque fueron tan atropellados, y destruydos, ellos y todas sus cosas, que ninguna apparentia les qedo de lo que eran antes. Ansi estan tenidos por barbaros, y por gente de baxissimo quilate: como según verdad, en las cosa de politia, echan el pie delante, en muchas otras naciones: quie tienen gran presuntio de politicos…

La llegada de la colonia tuvo un impacto importante hacia la educación indígena. Teniendo un plan desarrollado entre escuela y sociedad, los aztecas contemplaban de buena forma el funcionamiento de su sociedad simplemente porque la escuela les daba las herramientas necesarias para su funcionamiento en varios ámbitos de su dinámica social. La colonia en la educación de los nativos tenía otras prioridades, la evangelización y el sometimiento de los pueblos, éste era el “sistema escolar” empleados por los colonizadores hacia los naturales del nuevo mundo. Una educación del sometimiento y la derrota moral y espiritual. ¿Qué fuera de este lugar aún imperando los modos de estudio del Calmécac y Telpochcalli? ¿Qué sería del México actual con el funcionamiento de los Calpullis? Una realidad diferente a la vivida hoy día.


La educación indígena después de la independencia
Después de la colonia, al indígena se le catalogaba como un ser “degenerado” que sólo vaga por las calles cabizbajo y sin una función social en el México mestizo. El indio recordaba un pasado “vergonzoso” de México y que sólo era capaz de alcoholizase y no ser útil a la sociedad postcolonial.
Algunos escritores, durante la guerra de independencia, llegaron a sugerir que los indios debían reconquistar su autonomía y establecer una nueva monarquía indiana. El ánimo de hacer algo por el indio estaba presente en la legislación de las Cortes de Cádiz, donde se le liberó del tributo, del servicio personal a funcionarios o corporaciones; y se extendió la educación y la ciudadanía a todos, excepto a los descendientes africanos. Era fácil idealizar al indio precolombino, se prestaba legitimidad a los movimientos independentistas que querían hacer creer que la soberanía radicaba en el pueblo, en los pobladores originales de las tierras mexicanas. Pero el indio no tenía un lugar en esa sociedad. La utilización del indígena para retomar fuerza independentista pero con los mayores reconocimientos y conveniencias hacia los criollos, dejando una vez más al indígena en la misma miseria que lo caracterizaba.
“El indio contemporáneo, pobre, callado y triste encontraban los gobernadores deambulando por las calles de la ciudad, o encorvado sobre sus instrumentos de labranza en el campo…”[4] El liberal José María Luís Mora consideraba que el indio era un obstáculo para el progreso del país; decía que el indio conservaba en el siglo XIX los mismos vestidos, alimentos, ritos y ceremonias que en tiempos de Moctezuma. Hacerle cambiar no era posible únicamente con la educación y aún así. Los resultados no eran seguros. La educación era lo único que podía modificar este cuadro, pero como era difícil llevar las luces a todas las comunidades indígenas, la mayoría quedaría en la oscuridad de sus propias costumbres milenarias (Anne Staples p. 54).
Para los gobiernos del México independiente, el indio era un recuerdo estorboso de tiempos pasados. Si no había manera de hacerle desaparecer, se le podría relegar, siempre y cuando no causara problemas a la república. Esto se lograría perfeccionando los métodos usados por la corona para asegurar la obediencia y lealtad de sus súbditos: la enseñanza del catecismo religioso y civil, que explicaban al educando sus derechos y obligaciones como cristiano y como ciudadano. Si el indio aprendía bien estas lecciones, el leer, escribir y hacer cuentas salía sobrando (Anne Staples p. 55).
Las categorías sociales fueron abolidas por las Cortes de Cádiz, y los requisitos de limpieza de sangre fueron borrados de la legislación en el México independiente en 1823. Fue difícil perder la costumbre de referirse a la gente según su origen étnico, y existía el problema de encontrar un término adecuado para nombrar a los autóctonos, pues aunque no existía ya la categoría legal, seguía existiendo una realidad social. Se dio la vuelta a este asunto hablando de exindios y de exnobles. El colegio de san Gregorio, para indígenas ubicado en la ciudad de México, ya no podía ser internado de indios después de la independencia porque ya no se podía definir a un indio como tal. El resultado fue que las aulas y dormitorios de este colegio, que se había construido y fincado con bienes de comunidades indígenas, terminó siendo una escuela para niños mestizo y blancos de la metrópoli. Los indígenas, por un cambio de etiqueta, perdieron la única opción de educación secundaria que tenían en la ciudad de México.
La guerra de independencia no significó la puesta en práctica de las metas acordadas en Cádiz. Al contrario, al cumplir la primer década de autonomía de la madre patria, el balance educativo para los indígenas fue desfavorable (Anne Staples pp. 56, 57). A pesar de haber abolido las categorías raciales en la legislación, se seguía clasificando a las personas y a los pueblos. En todo el país se hablaba de indios y de gente de razón, como si los primeros no lo fueran.
La tensión entre las razas no iba mejorando, el racismo y clasismo era muy evidente, trayendo más miseria y explotación a la gente pobre y sin una posición económica estable, que la mayoría eran nativos de las regiones. Esto trajo en 1840 la guerra de castas, una guerra entre indios y blancos trayendo consigo verdaderas masacres; esta guerra terminó en el año de 1906.con este inicio de guerra, la educación indígena empeoró aún más que en años anteriores.
Ignacio Ramírez, para quien la diversidad cultural de las etnias representaba un gran obstáculo para el progreso nacional. Abogó decididamente a favor de la educación indígena. Ramírez encontró una salida, aunque imposible de realizar, que le pareció justa. Les dejaría a los indígenas sus trajes, costumbres e idiomas, pero les exigiría participar plenamente en la vida moderna (Anne Staples p. 61).
Quedó la duda en muchas mentes sobre la conveniencia de invertir recursos monetarios y humanos en la educación indígena si, según la teoría del darwinismo social, los indios no eran aptos para la sobrevivencia y consecuentemente estaban condenados biológicamente, o a mezclarse con otras razas o a desaparecer.
Hasta la fecha, el gobierno no ha atendido a la educación de sus habitantes autóctonos con la misma eficacia que a la población urbana, y seguramente por las mismas razones. Los indígenas habitan zonas alejadas de la sede del poder; no contribuyentes mucho al producto interno bruto; es fácil olvidarse de ellos, pues no tienen ni tenían voz. Como en el siglo antepasado, hay gran sorpresa cuando reclaman los mismos derechos que el resto de la población; uno de ellos, el acceso a las letras y a la cultura universal (Anne Staples pp. 62, 63).

La era posrevolucionaria
En los años 20 la política que prevaleció dentro de la SEP fue la de “la incorporación”. Se buscaba asimilar al indígena a una sociedad formada en modelos occidentales, considerándolo como “un factor normal de la nacionalidad” que debía ser educado en las mismas instituciones que los demás habitantes del territorio (Engracia Loyo p. 142).
En el Congreso de Misioneros de 1922 predominó la idea de segregar a los niños:

...el único medio de proveer a la educación de los niños de las razas de las tribus y tribus que llevan una vida nómada o viven aislados es la reconcentración de ellos puesto que no cabe siquiera pensar que pueda haber maestros que eduquen a estos niños en sus hogares por lo impracticable que tal cosa sería. Como sería difícil que se les reconcentrasen con sus familiares… se impone la necesidad de separarlos en centros donde se pudieran educar satisfactoriamente.


Al error de considerar que los indígenas tenían una cultura inferior, también se añadiría el de separarlos de un medio, donde las autoridades educativas decían que era imposible adquirir la preparación más básica y rudimentaria para satisfacer sus necesidades básicas, y mucho menos una educación que les permitiera su mejoramiento individual y colectivo.
El secretario de educación, José Vasconcelos, y las principales autoridades de la SEP se oponían a que los indios fueran encerrados en “reservaciones” a la manera de Estados Unidos, esta política se puso en práctica hasta después, durante el régimen de Calles. En 1926 el plan era sustraer alguna cantidad de indígenas de sus comunidades y llevarlos a la ciudad para “educarlos civilizadamente” y después de un tiempo devolverlos a sus comunidades para que fueran a su vez “fermento” de civilización. En México más de doscientos jóvenes indios de todas las etnias fueron reclutados y enviados a la capital a la Casa del Estudiante Indígena, institución que funcionaba como internado y que los indígenas asistían a las escuelas diurnas de la ciudad.
“La evaluación final del proyecto arrojó un saldo negativo: la casa desconectaba al joven indio de su grupo racial y su medio; traerlo a la capital para “incorporarlo a una civilización” sólo conseguía habituarlo a la vida metropolitana; le ofrecía un ambiente muy distinto al rural , por lo que la preparación que recibía resultaba inadecuada; carecía de terrenos para la enseñanza; los talleres y oficios no eran propiamente los de las comunidades rurales; la casa allanaba toda suerte de dificultades al alumno, no le enseñaba a luchar para llegar al triunfo, incorporaba individuos y no podía actuar sobre conjuntos étnicos o sociales. Este balance, sin embargo, pasaba por alto las penas y vicisitudes de los indios al enfrentarse a un medio hostil y ajeno a sus culturas”[5]
Desde principios de la nueva década, la SEP optó por seguir el rumbo contrario: llevar “la civilización” a las comunidades indígenas. A su manera de ver, era despectivo “atender a la incorporación de las tribus indígenas para merecer el dictado de nación civilizada”. Con el propósito de lograr “la rehabilitación de los indios” tomándolos de sus comunidades en que se desarrollaba su vida familiar y social de establecieron los internados indígenas o Centros de Educación Indígena (Engracia Loyo, p144).
En estos centros se apoyaría “la labor en sus formas de vida familiar y en sus métodos de vida comunal, sin desvincularlos de una ni de otra.” Las actividades serían naturales “tal como las presentaba la vida. No se abandonaba la idea del internado, solo que ahora estaría dentro de las mismas comunidades y no en centros urbanos.[6]
Para que la enseñanza fuera “viva y real”, los centros se organizarían sin servidumbre; las ocupaciones y quehaceres domésticos, la crianza de animales, los trabajos agrícolas, las industrias rurales y “en general, toda labor necesaria a la institución”, sería planteada y hecha por los alumnos (Engracia Loyo, p. 145).

El plan sexenal de Lázaro Cárdenas establecía que la educación rural merecería preferencia sobre cualquier otra rama. Con esta reforma la escuela rural daba un paso adelante en su acción transformadora de las comunidades. Se desecharían conocimientos inútiles, propios de la escuela burguesa, liberaría a los campesinos e indígenas de supersticiones y prejuicios, los enseñaría a organizarse y a defenderse contra la explotación, el engaño y el acaparamiento, y los emanciparía de los terratenientes y de las fuerzas conservadoras.
Ésta nueva política ya no buscaba “incorporar” al indígena, sino “integrarlo”; combinar su cultura con los valores de la civilización occidental para lograr una síntesis. La tesis integralista era un movimiento de ida y vuelta: “hacer al indio más mexicano, pero también más indio al mexicano.”
Acciones a favor de la educación de los indios realizadas por el mismo Cárdenas, entre ellas la creación del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, cuya misión inicial fue una campaña tenaz de defensa del indio de sus explotadores, y el estudio de sus condiciones de vida para poder después desarrollar “un bien meditado plan de rehabilitación económica”, se impulsó la investigación antropológica y se fundaron nuevos Centros de Educación Indígena. Estas consignas respondían, además, al plan sexenal que demandaba la reforma agraria.[7]

Ni indio ni mestizo, sino Latinoamericano
La herencia indígena y española es la base de la cultura mexicana actual, donde está lo indígena lo cubre lo español y viceversa. La gran influencia que tenemos de ambas partes es visible en muchos aspectos: la comida, las relaciones familiares, las costumbres, las fiestas y hasta en la arquitectura. De ésta mezcla esparcida por la gran parte del continente americano una rica civilización en diversidad y expresiones de la cultura. La universidad o, la educación, a lo largo del continente ha sido aportadora del gran conocimiento de los sabios del continente hacia el mundo. Las manifestaciones culturales son de gran importancia para la identificación y cohesión social del continente, no olvidar nuestras raíces, reconocer a los dueños de estas tierras y conjugar la influencia europea que le pone un sabor muy característico a varias regiones del continente. La mejor forma de observarlo es en las palabras de los literatos de estas tierras que han comentado sobre esta mezcla de mundos opuestos que llevaron a la realidad actual de nuestro continente. Ellos que son la expresión viva de la aportación de la universidad hacia la sociedad. En una conferencia pronunciada por Octavio Paz el 4 de diciembre de 1976 en la universidad de Yale:

“Las dudas comienzan con el nombre: literatura latinoamericana, iberoamericana, hispanoamericana, indoamericana. Una ojeada a los diccionarios españoles indican que el adjetivo iberoamericano designa a los pueblos americanos que antes formaron parte de los reinos de España y Portugal. La inmensa mayoría de los brasileños e hispanoamericanos no acepta esta definición, prefiere la palabra latinoamericano… la palabra latinoamericano tampoco existe en la mayoría de los diccionarios españoles. Las razones de esta omisión son conocidas; no las repetiré y me limitaré a recordar que son más bien de orden histórico y patriótico que lingüístico. Si latino quiere decir, en una de sus acepciones, “natural de algunos pueblos de Europa en que se hablan lenguas derivadas del latín”, es claro que conviene perfectamente a las naciones americanas que también hablan esos idiomas. La literatura latinoamericana es la de los pueblos americanos que tienen como lengua el castellano, portugués y francés. Es una definición histórica pero, sobre todo, es una definición lingüística…”[8]

Carlos Fuentes habla sobre la influencia española:

“La España que llegó al nuevo mundo en los barcos de los descubridores y conquistadores nos dio, por lo menos, la mitad de nuestro ser. No es sorprendente, así, que nuestro debate con España haya sido intenso, y continúe siendo, tan intenso, pues se trata de un debate con nosotros mismos…varios traumas marcan la relación entre España y la América española. El primero, desde luego, fue la conquista del nuevo mundo, origen de un conocimiento terrible, el que nace de estar presentes en el momento mismo de nuestra creación, observadores de nuestra propia violación, pero también testigos de las crueldades y ternuras contradictorias que formaron parte de nuestra concepción… un dolor magnífico funda la relación de Iberia con el nuevo mundo: un parto que ocurre con el conocimiento de todo aquello que hubo de morir para que nosotros naciésemos: el esplendor de las antiguas culturas indígenas.”[9]

Moreno de Alba y la hispanización de América:

“Diversos fueron los camino que condujeron a una verdadera mezcla de español y lenguas indígenas, sobre todo a la influencia de los hijos de los caciques principales, que aprendían el español en casa de los conquistadores y colonizadores. En las antillas la hispanización fue ciertamente rápida, quizá demasiado. El indio de esas islas se extinguió rápidamente, incapaz de soportar las nuevas condiciones sociales. La hispanización significó la desaparición del indio antillano y algo análogo sucedió en casi toda la costa de América y en parte del interior.”[10]

Mario Benedetti habla sobre el indio en la literatura como medio de expresión:

“Ya en Ciro Alegría de El mundo es ancho y ajeno es posible hallar por lo menos un personaje indio de real carnadura: el alcalde Rosendo Maqui; pero si se quiere asistir a una asunción legítima del indio como personaje y como tema, es necesario llegar hasta Juan Rulfo y José Arguedas. En los cuentos de El llano en llamas o en la novela Los ríos profundos, el indio o el mestizo no son marionetas sino seres humanos. El maniqueísmo cede paso a la hondura psicológica. El problema social, políticamente decisivo, sale del manual, se desprende de su esquematismo, se introduce como el aire en los pulmones del personaje, y así pasa a la sangre, se funde con su pasión individual.”

En las montañas de California vivía una tribu nativa americana, los Yahi, sufriendo estos el etnocidio por los saldu (hombre blanco) queriendo desaparecer la tribu para apropiarse de sus tierras; Ishi se expresó así de los saldu:

“Los dioses de los saldu y los h´roes de los saldu están más allá de la comprensión de un Yahi. Son inteligentes, mucho más inteligentes que Jupka y Kaltsuna (dioses Yahi) y que los héroes de los Yahi. Dieron a su pueblo ruedas, fuego-rápido y hierro y acéro, fuertes para hacer herramientas; les dieron muchas, mucha cosas buenas. Pero, a mí me parece, no se preocuparon demasiado de que su pueblo fuera sabio. Al parecer no establecieron un camino –un camino claro- para que los siguieran los saldu.”[11]

Las distancias entre indio y mestizo cada vez se van acortando, la discriminación y los modelos políticos internacionales, por igual, están apretando la existencia a varios grupos de la sociedad, sin importar la viviendo urbana o rural; el indio y el mestizo se unen y dan paso al latinoamericano, pues es de la incumbencia general de lo que se vive en el continente, a todos nos afecta y a todos nos benefician hechos políticos sociales y culturales. Ya lo escribía Jorge Icaza Ñucanchic huasipungo! (¡Defendamos nuestro hogar!), y que ¡la justicia no es limosna! (Ciro Alegría).

La problemática actual
El subsecretario de Educación Básica de la SEP, Fernando González, consideró que la educación indígena debe rediseñarse, pero sin detenerla a fin de elevarse la calidad de la enseñanza que imparte a esas comunidades. También exponiendo que se debe tratar de conservar la riqueza cultural que los ancestros heredaron a través de los pueblos.
Informes del Instituto Nacional de Evaluación para la educación (INEE) 11% de los niños de ese grupo social no asiste a la escuela.
El sistema tiene varias debilidades como ser centralizado, además de que contiene errores estructurales, pues no cuenta con personal que hable a la perfección las lenguas nativas, con habilidades docentes y que domine los contenidos académicos, explicó.
Ante ese panorama se impulsa la Licenciatura en Educación Indígena en estados donde hay comunidades con esas características para que el personal que se contrate cuente con la preparación adecuada e imparta los cursos desde preescolar hasta secundaria.
El instituto precisó que los indígenas obtienen los resultados más bajos de aprendizaje, no únicamente por factores socioeconómicos sino porque la calidad del docente es un factor importante para el aprendizaje.
En ese contexto, el subsecretario de Educación Básica afirmo que para acabar con el rezago educativo que prevalece en ese sector de la población “se deben hacer varias cosas a la vez”, ¡pues ya estuvieran! [12]



El indigenismo en la actualidad puede retomar la fuerza que tuvo en tiempos pasados. Los indígenas actuales podrían promover y conservar el patrimonio heredado por sus antepasados, siendo ellos los propietarios naturales de los suelos en los que viven y existieron sus antepasados. En la zonas arqueológicas que sean ellos los principales productores y directores para el manejo de esas zonas específicas, claro que siendo asesorados y apoyados por organismo gubernamentales y particulares, conocedores del tema, pero que sean ellos, los indígenas, los propietarios de las tierras de sus pasados. Que resurja el Calpulli entre las comunidades indígenas y, con esto, el renacimiento de una escuela indígena moderna pero también con conocimientos milenarios, funcionando así la modernidad con el pasado, teniendo como resultado una vida “activa” para el indígena promoviendo sus patrimonio, su cultura y su sabiduría milenaria para el mejor desarrollo total de un país tan polarizado como lo es México
La escuela indígena tenía sus objetivos claros. La preparación de los estudiantes para tener cargos de gobierno eran cruciales para el buen desarrollo de la comunidad. Los estudiantes, tomados de las mismas comunidades, eran los que en un futuro gobernarían la zona que los vio crecer. Con esto me refiero a que los gobernantes conocían las verdaderas necesidades y el desarrollo de las diferentes jerarquías de la sociedad, siendo más eficientes los gobiernos de los Tlatoanis. En la actualidad ocurre todo lo contrario; los gobiernos mexicanos en las últimas décadas se han caracterizado por ser individuos provenientes de una clase social muy alta, nunca teniendo contacto o haber estado en situaciones económicas y sociales a sus estatus, ignorando las verdaderas necesidades del pueblo. Por si fuera poco ha esto, también se caracterizan por haber estudiado en universidades privadas en el extranjero, esto alejándolos más de la realidad del México que gobernará; trayendo consigo modelos económicos incompatibles a la cultura y mucho menos que beneficien a la sociedad en general con equidad. No digo que se malo estudiar en el extranjero, el problema es que en muchas ocasiones esto desvía al verdadero objetivo de un gobierno. Tener bien cimentadas las raíces, conocer a la sociedad en todo aspecto (carencias, cultura, economía, problemática) y trabajar para la sociedad misma. Hoy que se promueven gobiernos egoístas, en lo que unos cuantos son los beneficiados a consecuencia de los cargos públicos que el pueblo les da para que realicen los el trabajo de gobierno justo y para el pueblo y que no trabajen para ellos y, unos cuantos, ignorando a la población por la que verdaderamente deberían trabajar.




Bibliografía:
-ANDAHAZI Federico (2006) El conquistador. Planeta, México.

-BECERRA Camacho-MICHEL Padilla (2002) Literatura Hispanoamericana. Amate editorial, México.

-GONZLABO Azpiru- OSSENBACH Educación Indígena en Iberoamérica, El colegio de México, Universidad de Educación a Distancia.
· Anne Staples Una falsa promesa: La educación indígena después de la independencia.
· Engracia Loyo Bravo. Los centros de educación indígena y su papel en el medio rural (1930- 1940).
· Mitos y realidades de la educación colonial.

-KROEBER Theodora (2006) ISHI: el último de su tribu (crónica antropológica de un indio americano). 5ª edición, Antoni Bosch, editor. Barcelona.

-PONCE Pedro, SÁNCHEZ de Aguilar y otros (1987) El alma encantada. I.N.I. & F.C.E. México.


[1] ANDAHAZI Federico (2006), El Conquistador, Editorial Planeta, México, pp. 53, 54.
[2] "Calpulli," Enciclopedia Microsoft® Encarta® Online 2007 http://es.encarta.msn.com © 1997-2007 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
[3] Ponce Pedro, Sánchez Pedro (1987) El alma encantada. F.C.E. México, p. 29.
[4] GONZALBO A. Pilar- OSSENBACH G. Educación Indígena en Iberoamérica El colegio de México- Universidad Nacional de Educación a Distancia. p. 53
[5] GONZALBO A. Pilar- OSSENBACH G. ob. Cit. p.143.
[6] Ob cit, pp. 144, 146.
[7] Ob. Cit., p. 147.
[8] CAMACHO B. Heriberto, MICHEL René (2002) Literatura Hispanoamericana, Amate editorial, México, pp.21, 22.
[9] CAMACHO B. Heriberto, MICHEL René Ob. Cit. p. 33.
[10] CAMACHO B. Heriberto, MICHEL René Ob. Cit. p. 37.
[11] KROEBER Teodora (2006) ISHI: el último de su tribu. Antoni Bosch, Editor, Barcelona, p. 192.
[12] Articulo publicado en La Jornada online 27/04/2008 (http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2008/04/27/necesario-redisenar-el-modelo-de-educacion-para-indigenas-sep) El subrayado es mío.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

MUCHISIMAS FELICIDADES POR PUBLICAR ESTA INFORMACION, QUE BUENO QUE INDIQUES LA BIBLIOGAFIA, ESTA MUY COMPLETO. MUCHAS GRACIAS. ATTE. LUPITA TORRES VALENCIA

Inma dijo...

mis felicitaciones por este gran estudio de investigación ... con tu permiso lo voy a llevar a mi blog.

Gracias, saludos Inma

"Lococista" dijo...

Un honor Inma, que no deje de circular! ;) Saludos!