Gentes y calles absortas. Regulares las hiladas de muros, a grandes lienzos vacíos. Puertas y ventanas de austera cantería, cerradas con tablones macizos, de nobles, rancias maderas, desnudas de barnices y vidrios, todas como trabajadas por uno y el mismo artífice rudo y exacto. Pátina del tiempo, del sol, de las lluvias, de las manos consuetudinarias, en los portones, en los dinteles y sobre los umbrales. Casas de las que no escapan rumores, risas, gritos, llantos; pero a lo alto, la fragancia de finos leños consumidos en hornos y cocinas, envuelta para regalo del cielo con telas de humo.
En el corazón y en los aledaños el igual hermetismo. Casas de las orillas, junto al río, junto al cerro, al salir de los caminos, en la nobleza de su cantería, que sella dignidad a los muros de adobe.
Y cruces al remate de la fachada más humilde, corona de las esquinas, en las paredes interminables; cruces de piedra, de cal y canto, de madera, de palma; unas, anchas, otras, altas; y pequeñas, y frágiles, y perfectas, y toscas…
“Pueblo de mujeres enlutadas…” Es el México que siempre ha estado bajo el miedo de una moral falsa e impuesta por unos cuantos para controlar a unos muchos. Ésta novela muestra como el cegarse por la fe es tan perjudicial como confiarle la vida a un asesino. Es la fe la que está hecha para liberar al hombre de sus cadenas mundanas y terrenales, lo que lo hace libre en su pequeño mundo, la que le permite ver más allá de éste, del mundo que sólo unos pocos gobiernan. Al filo del agua es una novela tan real y actual que no importa que se haya escrito hace más de 60 años, es el México que sigue estando al filo del agua de su vida política, social y cultural. Lo contradictorio es que sólo nos mantenemos al filo del agua, de ahí no pasamos, es necesario dar el siguiente paso: una revolución metal, la revolución que inicia dentro de uno mismo, donde estructuras y mitos se colapsen para dar cabida a un nuevo individuo y, por ende, a una nueva sociedad hambrienta de cambios. A escasos 2 años para cumplir el centenario y bicentenario de acontecimientos tan trascendentes para el país: aún no pasa nada, no pasa nada en la calle, en las escuelas, en el barrio y en la mente individual. No pasa nada porque así nos mantienen, gracias a la tele no pasa nada: “apaga la tele y enciende un libro” dice el buen Rius.
Es México un pueblo de mujeres enlutadas pues siempre estamos en constante luto; estamos a la orilla de nuestra tumba simbólica llorando nuestro penar como sociedad, quejándonos del vecino y de los más allegados, quejándonos de todo pero nunca nos quejamos de nosotros mismos, no somos capaces de vernos, de conocernos y de sentirnos: no nos damos cuenta que el que está dentro de esa caja somos nosotros mismos, no lloramos a nosotros, pues siempre caminamos errados, sin darnos cuenta que somos nosotros mismos quienes podemos enderezar ese andar por éstos caminos de la patria. Es peligroso andar por el mundo y no conocerse uno mismo, pues así somos presa fácil para cualquier abusado.
Es pues que al escribir estas líneas te recomiendo ésta novela tan poética; básica para el librero, o mejor dicho, para la mente de cada mexicano ávido del conocimiento de la historia y literatura del país.
-Jaime Johnston.
[1] YAÑEZ Agustín (1947) Al filo del agua Ed. Porrúa, México.
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